La enfermedad de Alzheimer se ha convertido desde hace decenios en un verdadero reto para los médicos y los investigadores. El desarrollo de cuatro fármacos para el tratamiento específico de la pérdida de las capacidades cognitivas a generado un cambio espectacular, la investigación en medidas no farmacológicas es un campo prometedor, pues tienen igual peso que los fármacos en el tratamiento, el desarrollo de una vacuna, que aun no está disponible en el mercado, y otros fármacos que aun están en fases de investigación, proporcionan horizontes útiles.
En medicina, la demencia es una enfermedad que va a caballo entre tres especialidades: la neurología, la geriatría y la psiquiatría. Sin embargo, sin la labor de otras especialidades como la neuro-psicología, la fisioterapia, la terapia ocupacional, la educación psicosocial, la logopedia y dos también fundamentales: la terapia familiar y el Trabajo social, es difícil de gestionar casos que muchas veces son tan complejos que
ponen en jaque a todo un equipo de profesionales.
Las personas afectadas con demencia no son las únicas que sufren las consecuencias de esta, la figura del cuidador principal y toda la familia, especialmente el cónyuge e hijos, sufren al ver el deterioro progresivo de quién en otra época era la “personalidad” de su esposo/a y padre/madre.
Situándonos en la persona afectada por la demencia, los trastornos afectivos son muy frecuentes, y en algunos tipos de demencia son las manifestaciones más precoces, más aun que la pérdida de la memoria.
Muchas veces las manifestaciones afectivas pasan relativamente desapercibidas ya se pueden atribuir al deterioro cognitivo, y las dificultades en el habla (afasias) que genera la demencia interfieren en la comunicación de tal estado, y en este último caso, para poder identificar que está presente una depresión se necesita hacer uso de indicadores indirectos.
La relación entre depresión y la demencia es muy conocida, tanto cuando la persona se vuelve consciente de sus déficit y que ya no es capaz de hacer lo que antes se le daba tan bien, o como cuando es producto del inevitable proceso degenerativo de las zonas cerebrales encargadas de los afectos.
De los síntomas neuropsiquátricos, la depresión y la apatía son dos de los más frecuentes. El riesgo de depresión aumenta cuando la persona es soltera o viuda, tiene antecedentes de episodios depresivos, enfermedades concomitantes graves, especialmente si generan dolor o mayor incapacidad, tienen escaso soporte familiar y/o social, hay alteraciones en el sueño, si vive solo/a, o toma fármacos que pueden producir por si mismas depresión como la progesterona, los β-Bloqueantes, los calcioantagonistas, la metildopa, el tamoxifeno, los corticoides o el interferon-α (Cole MG, Dendukuri N. Risk factors for depression among elderly community subjects: a systematic review and meta-analysis. Am J Psychiatry 2003;160:1147-56).
En los casos de pacientes con una demencia establecida, la depresión suele caracterizarse por tristeza, sensación de una mayor fatiga, retardo y lentitud en el pensamiento o en los movimientos y la apatía. Algunos síntomas especialmente útiles para sospechar la presencia de depresión en estadios iniciales de una demencia son: la apariencia triste, la inquietud en el día, la lentitud del lenguaje, movimientos más lentos, pérdida del apetito, el despertar temprano y la variación diurna del humor.
Para abordar las necesidades que plantea la depresión y demencia se deben tener en cuenta varias alternativas. La psicofarmacología es una de ellas, pautando cautelosamente el fármaco cuando es necesario, y las intervenciones psicosociales, como intervenciones orientadas a los sentidos (estimulación neurosensorial, musicoterapia, danzaterapia), e intervenciones orientadas a las emociones (terapia familiar, terapia individual en fases iniciales incipientes o iniciales) y el ejercicio físico (especialmente el ejercicio funcional).
No todos los tipos de demencia tienen igual pronóstico de recuperación afectiva, sin embargo, hay muchas que si, y esto mejora no solo la salud en general sino la presencia de una relación interfamiliar adecuada y placentera en las últimas etapas de la vida de la persona.